El
escritor uruguayo Eduardo Galeano, a través del texto El fútbol a sol y sombra, distribuye
a través de capítulos de corta extensión su visión personal del fútbol y de los
imaginarios que rodean al deporte más mediático de la actualidad. La
presentación de sus tesis se realiza de manera dosificada, organizada a través de anécdotas, material nostálgico,
con deslices ficcionales y ucronías en líneas poco extensas usando la historia
como modelo, y en otras, el periodismo funciona desde la transversalidad del
texto como un apoyo a la memoria colectiva de los hinchas. Este libro parte de
la transformación del deporte en otro elemento de marketing y aumento del
capital privado, de la conexión del
fútbol con las prácticas culturales, así
como también, del fútbol lejano de los conceptos y análisis, visto desde una
especie de tribuna lectora: como la pasión de la hinchada.
Desde
el prólogo, el autor anuncia su propia perspectiva de este deporte y cómo su
obra será planteada: “Este libro rinde homenaje al fútbol, música en el cuerpo,
fiesta de los ojos…” (Galeano, 2010, 5) Sin embargo, la emotividad no excluye
una crítica a la utilización del fútbol como marco para un análisis geopolítico
sin velos: “…y también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios
más lucrativos del mundo.” (Galeano, 2010, 5), así que el libro entre memorias
baila entre las líneas de lo anecdótico sin convertirse en una especie de dulce
de leche literario, en el cual no se da tregua a las corporaciones que
aprovechan la posibilidad de intervenir en el juego. Y es este juego el que “se
han convertido en un espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores”
(Galeano, 2010, 6) lo cual es beneficioso para las compañías encargadas de
atrapar a manos llenas lo que las regalías no le entregan al jugador, aquellos
flujos de dinero incontrolable que da el merchandising
de figuras como Messi o Neymar, personas que se convierten en ídolos,
personajes necesarios para levantar el ánimo y dar esperanza a través de sus
cualidades excepcionales a una población que deposita su fe en lo que el televisor y las vitrinas –en una relación envidiable--
exponen. Es mucho más fácil ofrecer productos que giren alrededor de un ente
que aumenta de valor como una acción en Wall Street, que de un equipo que puede
o no, perder; mientras este jugador-personaje siempre sorprenderá por aquel
factor que le da, tal como un producto o servicio, un valor agregado,
cosificándolo a ratos, endiosándolo en otros.
Ya
se advierte la importancia e influencia de este deporte en el texto con una
pregunta que alude al lugar común de los intelectuales poco aficionados al
fútbol, a aquellos detractores que marcan una brecha entre lo físico y lo
reflexivo: fútbol… ¿El opio de los pueblos? Siendo una vertiente en la cual se
deposita el nacionalismo con la bandera de un equipo que necesita reivindicarse
dentro de la historia. Eduardo Galeano recuenta históricamente los casos de
Inglaterra e Italia: para los primeros, la importancia de una victoria en plena
guerra mundial (1916), y para los italianos de fines de siglo, la promesa de
Silvio Berlusconi de llevar adelante a la nación usando como ejemplo el éxito
del Milán, asumiéndose como una la tabla de salvación y usando al equipo como
un símil que lo superaba y que superaría el filtro analítico de sus electores.
¿Cómo la cultura del juego se
convierte en estrategia?
Los cuadros se despiden del factor sorpresa, de las jugadas históricas, de las múltiples posibilidades, y llega la
figura de un director técnico con esquemas y estructuras, con inversionistas
que en se remangan los puños de sus camisas finísimas para llevarse la mano a
la cabeza cuando algo no sale como se había planeado en pleno partido. Tal y
como lo señala el autor: “El entrenador decía: Vamos a jugar. El técnico dice:
Vamos a trabajar.” (Galeano, p. 20) porque lo que importa ahora son
exclusivamente los resultados, mas aquellas genialidades del minuto, la euforia
del jugador que pica y mete un gol, del arquero que sobresale, son las que
mantienen la mística del juego.
A
pesar de la disposición de la corriente del marketing, de la influencia de los
pases y las compras de los clubes, de las manos que sostienen los pilares del
fútbol como negocio, existe la resistencia a esta mecanización, y toma forma
corpórea en un hincha común y corriente, que desde el televisor y en la tribuna
pide con gritos y silencios que su equipo gane, pero no sólo quiere eso, a su
vez, y a veces sin admitirlo, pide que gane en una jugada difícil, que el
premio sea recibido entre golpes en tobillos, rodillas y tiros de esquina. La
adrenalina del fanático, del futbolista criollo que recuerda Eduardo Galeano,
de cualquier amante del fútbol que insulta, agradece, llora y se desarma en un
partido, garantiza la existencia de este deporte que parece alimentarse de las
pasiones humanas, y que alcanza su éxtasis durante los mundiales. Desde aquel
Mundial del 50 en el Maracaná, alimentados con la euforia de la copa del 86 y la “mano
de Dios” que colocó a Maradona en la cúspide del mundo, las rivalidades
del Mundial de Francia ’98, hasta la actualidad, vemos en
este libro las anécdotas de los partidos y las estrellas de cada uno con la
cotidianidad perdida en esos minutos de la historia que vivimos o no, que
recordamos o escuchamos alguna vez, porque el fútbol es, de manera innegable, otro
miembro de la familia, y en algunos casos, el que se sienta en un extremo de la
mesa.
Referencias:
Galeano,
E. (2010). El fútbol a sol y sombra y
otros escritos. Editorial Siglo XXI, España.
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